El sufrimiento del no-héroe
La tensión trágica no se deriva sólo por la desmesura de un personaje, sino, en cualquier momento, de la desproporción entre un ser humano y su destino. Puede entrar dramáticamente en escena cuando un hombre demasiado fuerte, un héroe, un genio, entra en conflicto con su entorno, que resulta demasiado estrecho, demasiado hostil para la tarea para la que ha nacido – un Napoleón, por ejemplo, ahogándose en el diminuto cuadrilátero de Santa Elena; un Beethoven encarcelado en su sordera -, siempre y en todas partes en el caso de cualquier personaje que no encuentra su dimensión y su válvula de escape. Pero la tragedia también se produce cuando sobre una naturaleza mediocre o incluso débil recae un destino inmenso, responsabilidades personales que lo aplastan y aniquilan, y esta forma de lo trágico me parece incluso más conmovedora desde el punto de vista humano. Porque el hombre extraordinario busca inconscientemente un destino extraordinario; su naturaleza sobredimensional es, conforme a su organismo, vivir heroica o, en palabras de Nietzsche, “peligrosamente”; desafía violentamente al mundo con la violenta aspiración que habita en él…En cambio, el carácter mediocre busca por naturaleza formas de vida apacibles; no quiere, no necesita en absoluto una tensión mayor, preferiría vivir tranquilo y en las sombras, donde no sopla el viento y la temperatura del destino es moderada; por eso se niega, por eso se atemoriza, por eso huye cuando una mano invisible lo sacude. No quiere responsabilidades en la historia universal, al contrario, las teme, no busca el sufrimiento, sino que se le impone; desde fuera, no desde dentro, es obligado a ser más grande que su auténtica dimensión. Ese sufrimiento del no-héroe, del hombre mediocre, no me parece menor que el patético sufrimiento del verdadero héroe, porque le falte un sentido visible, y quizá es aún más estremecedor; porque el hombre común tiene que soportarlo por sí mismo y no tiene, como el artista, la bendita salvación de transformar su tormento en obra y forma perdurables.
Quizá la vida de María Antonieta sea el ejemplo más ilustrativo de la historia de cómo a veces una de esas personas mediocres es capaz de arar el destino y, con su puño imperativo, alzarse con fuerza sobre su propia mediocridad. En los primeros treinta de sus treinta y ocho años, esta mujer recorre un camino indiferente, si bien en una esfera llamativa. Nunca supera la media, ni para bien ni para mal: un alma tibia, un carácter mediocre y, desde el punto de vista histórico, al principio tan sólo una figurante. Sin la irrupción de la Revolución en su mundo alegre y despreocupado, esta Habsburgo en sí misma insignificante hubiera seguido viviendo relajadamente, como cientos de millones de mujeres de todos los tiempos; habría bailado, charlado, amado, reído, se habría arreglado, hecho visitas y dado limosnas; habría tenido hijos y, por último, se habría tumbado tranquilamente en una cama para morir, sin haber vivido en realidad el espíritu universal…nadie habría sabido quién fue realmente…Porque forma parte de la suerte o la desdicha del hombre medio no sentir por sí mismo necesidad alguna de medirse, no sentir la curiosidad de hacerse preguntas acerca de sí mismo, antes de que el destino se las haga: deja dormir sus posibilidades dentro de sí sin emplearlas, deja atrofiarse sus verdaderas dotes, ablandarse sus fuerzas como músculos que jamás se ponen a prueba hasta que la necesidad los tensa para una verdadera defensa. Un carácter mediocre tiene que ser sacado de sí mismo para ser todo lo que podría ser, y quizá más de lo que él mismo sospechaba y sabía; por eso el destino no tiene otra fusta que la desgracia. Y, así, igual que un artista busca a veces, intencionadamente, un asunto en apariencia pequeño, en vez de uno patéticamente universal, para mostrar su fuerza creativa, así el destino busca de vez en cuando al héroe insignificante para poner de manifiesto que es capaz de desarrollar la máxima tensión a partir de un material frágil, una gran tragedia con un alma débil y reticente. Una tragedia así, y una de las más bellas de este heroísmo no deseado, lleva el nombre de María Antonieta.
Stefan Zweig – María Antonieta
Fotografía, jarrón Kintsugi